Cómo afecta el complejo de inferioridad a tu escritura. Casos prácticos
El complejo de inferioridad consiste en una comparación constante con otros a los que consideramos superiores. A veces esto se manifiesta con timidez, baja autoestima o depresión, y otras se enmascara bajo una falsa seguridad y una constante imitación de aquello que nos parece mejor. Y esto no es exclusivo del ámbito personal.
En la esfera profesional, en especial en la artística, es común pasar por fases donde nos sentimos con un nivel por debajo de otros a quienes admiramos o parece irles mejor. Ahí podemos hacer dos cosas: aprender o copiar, que son opciones opuestas, y de eso vamos a hablar.
El otro día empecé a leer la antología de una autora que me habían recomendado (prefiero omitir nombres, no es mi intención hoy hacer una crítica del libro). Ahí estaba yo, preparando mi ritual de lectura: lugar cómodo, luz y un té.
Después de una semana de estrés y caos, por fin iba a sumergirme en unas cuantas historias de miedo. Las expectativas eran altas y la decepción no iba a ser menos. Los temas eran los de toda la vida (asesinatos, zombies, hombres lobo, espíritus); eso nunca ha sido un problema, es lo que busco en un libro de terror. Sin embargo, las historias eran más de lo mismo. Estaban plagadas de clichés, nombres extranjeros en ciudades americanas contadas por una escritora española que probablemente jamás los había visitado y frases sacadas de series yanquis. Ahí es cuando pensé en los dos casos prácticos que os voy a proponer para este artículo.
Caso práctico 1: Parásitos (Bong Joon-Ho, 2019)
Seguramente ya estés al tanto de la película que se ha convertido en la sesanción de este año y, si no la has visto aún, te animo a hacerlo. (A partir de aquí habrá spoilers, avisado quedas). Son muchas sus virtudes técnicas y narrativas, pero hoy me voy a centrar en el tema que nos ocupa. ¿Por qué ha cosechado tanto éxito Parásitos? ¿Qué tiene de novedad?
La película trata sobre el clasismo, la diferencia entre ricos y pobres y las consecuencias de esto. Por este lado, nada nuevo bajo el sol. Es un tema que se ha tratado hasta la saciedad. La clave está, entre otras cosas, en los detalles. Todos podemos cocinar una paella, pero el toque personal es lo que la distinguirá del resto, es decir, el sabor está en ser uno mismo. Y eso es lo que Bong Joon-Ho ha sabido explotar de manera sublime.
Puntos clave
Temas universales, pero clichés los justos
Como ya he mencionado, la película trata de las estrategias de supervivencia de una familia pobre, los Kim, en Corea del Sur, que son presentados en contraste con la opulencia de una familia rica. En principio es algo que hemos visto muchas veces antes y precisamente por eso nos interesa. En lo común está el interés, en los detalles la seducción. Cualquiera podría identificarse con la familia Kim. Tenemos la casa sucia y vieja donde casi nada funciona bien —de hecho se inunda a menudo—, el barrio ruidoso del extrarradio lleno de personajes peculiares y poco fiables, las rutinas humildes como comer cualquier cosa y el elemento con el que juega Bong Joon-Ho para distinguir a las dos clases, el olor.
Eso es lo conocido. Pero si toda la historia versara sobre lo que ya sabemos, lo que hemos visto en otras películas miles de veces, nos aburriríamos a los diez minutos. Parásitos escoge bien los clichés que quiere repetir, los que le sirven para situar y conseguir la empatía de la audiencia, y a partir de ahí, se introducen los detalles originales que le confieren personalidad a la historia.
Aprovecha su idiosincrasia
Joon-Ho podría haber situado su historia en un suburbio de Nueva York donde también existen familias pobres que no pueden pagar una casa en condiciones que trabajan para familias ricas del Upper East Side. Podría haber hablado de los Tyler o los Johnson, en lugar de los Kim, y podría haberlos hecho hablar en inglés en lugar de en coreano. Pero, ¿qué de original hubiera tenido eso?
Cualquier otro realizador estadounidense podría haber realizado esa película. Sin embargo, Parásitos ha sacado partido a un punto fuerte que tenía a su favor: su idiosincrasia. El hecho de provenir de un país distinto, del que poco se sabe en Occidente en general, pues estamos acostumbrados a historias anglosajonas, supone un soplo de aire fresco para el espectador. El significado tras las costumbres es el mismo que en cualquier otro lugar, pero las acciones cambian, son autóctonas, exóticas, diferentes y a la vez reales. Por eso nos engancha. Sentimos la verosimilitud de otra cultura a través de pasajes que nos resultan familiares. Al final tenemos la sensación de que, aunque hemos visto una historia «de fuera», todos somos iguales. Todos somos humanos.
Salpica lo conocido con lo inesperado
Los que hayan visto cine asiático antes, sabrán que es muy dado a aprovechar las leyendas y tradiciones que tratan sobre demonios y espíritus. Aquí es donde llega otra jugada maestra de Parásitos. Al principio nos da lo que queremos —o lo que nosoros creemos querer— de una película coreana: el elemento sobrenatural. El pequeño de los Park, la familia rica, tiene un trauma por haber visto un fantasma y hace unos dibujos extraños. Mordemos el anzuelo y lo seguimos en busca del espectro.
Y de pronto… ¡zas! Nos mete un gol por toda la escuadra y nos devuelve a la cruel realidad que nos ha estado intentando mostrar todo el tiempo: el fantasma no es otro que el marido de la antigua criada de los Park, que tuvo que esconderlo en el búnquer que toda casa de cierto nivel tiene en Corea porque acumulaba muchas deudas. De nuevo un giro inesperado que no olvida la verosimilitud. (Este es solo un ejemplo dentro de la película)
Sus personajes nos importan
Es muy difícil sostener una historia solo con acciones sorprendentes. Eso no es lo que nos hace querer saber más. Las historias están hechas de personajes y, si ellos no nos importan, si no los tenemos como los cimientos de lo que estamos contando, la casa se nos caerá tarde o temprano.
Joon-Ho lo sabe bien y, al estilo de Hansel y Gretel, nos va dejando miguitas de pan durante toda la película, no solo en la trama sino también en lo que se refiere a crear personajes complejos con matices. Los miembros de las dos familias están vivos. No son solo unas personas con mucho o poco dinero. Tienen sueños, miedos, deseos (incluso hay una escena de sexo que define bastante bien al matrimonio Park). Se enamoran, se enfadan, sienten tristeza y envidia. Algunos hasta tienen una característica forma de hablar. Sufren por lo mismo que nosotros (de nuevo, la empatía y la identificación se comen a la audiencia).
Caso práctico 2: Moscas (Lorena Rodríguez, 2019)
Llegué de nuevo a una lectura por una recomendación y esta vez sí dieron en el clavo. (A partir de aquí, habrá spoilers. Si no has leído este relato, descárgalo en Lektu y vuelve después. Te espero).
Moscas es un relato corto de terror que, a priori parece una historia común. Su sinopsis dice así: «Un día estás haciendo un trabajo que se te da de muerte y al otro te encuentras en medio de ninguna parte enfrentándote a tu pasado y a un ser que pretende hacerse con tu alma». Pero aquí viene la frase que te advierte de que igual te llevas alguna sorpresa: «Todo esto bajo el sol abrasador de los campos de Castilla y la mirada atenta de millones de moscas». Una historia de terror situada en Castilla (idiosincrasia) y un elemento clave poco común (las moscas). ¡Me apunto!
La autora sigue los mismos preceptos que Joon-Ho para atraparnos, utilizando clichés que el público objetivo busca (una protagonista que oculta algo, secundarios poco fiables, un coche parado en medio de la nada, jumpscares literarios), los salpica de localismos para darles sabor (Castilla, la vieja con pañoleta en una caserón, nombres comunes de la España profunda, campos de trigo) e introduce el giro inesperado cuando parece que nos va a llevar por otro sitio (este te voy a dejar que lo averigües tras la lectura).
Con esta receta, Moscas consigue que pases un buen rato dentro de una historia que es interesante, verosímil dentro de su universo y que entretiene. Y solo con una lectura de poco más de media hora.
Como ves, no necesitas copiar a ningún otro para crear historias que enganchen. Puede que esté trillado, pero sé tú mismo. Utiliza tus factores diferenciadores y deja de compararte con el resto. Si queremos viajar a Maine y conocer a Jack, Wendy o Richie, ya tenemos a Stephen King. Cuenta algo distinto, aprovecha tu propia cultura y sus matices. Olvídate de lo que ha sido bueno y no dejes que el complejo de inferioridad escriba por ti. Estamos esperando conocer TU historia…
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