Literatura de terror,  Sobre escritura de terror

Elementos de terror II. El sexo y la sensualidad

La primavera no tuvo demasiada oportunidad de alterarnos la sangre, así que el verano se abre paso en el horizonte, la temperatura va subiendo y salimos con hambre de calle y de interacción social. Ligar en tiempos de pandemia se avecina complicado, pero si en las novelas del siglo XIX se pudo colar un poco de erotismo, seguro que nos las apañamos, ¿verdad?. Hoy nos ocupamos del uso del sexo y la sensualidad en el género de terror.

Antes de nada, debo avisar de que este es un tema muy complejo y que necesitaría varios artículos de miles de palabras o un libro de ensayo completo. Pero lamentablemente no dispongo de tanto tiempo, así que pido perdón de antemano por el resumen que viene a continuación y la omisión o reducción de ciertos conceptos. Ahora sí, entremos en materia.

Relación entre el miedo y el sexo

A priori nos puede parecer sorprendente. Estamos en el siglo XXI y hemos asumido que el temor al sexo y a lo que representa ya hace tiempo que se ha superado, pero si ahondamos un poco en las obras que se siguen produciendo, la cosa no está tan clara.

Danza ritual de la fertilidad en la antigua Grecia

El erotismo conserva una conexión forzosa a lo espiritual y a lo religioso, conceptos similares pero con matices importantes que han tratado las relaciones sexuales de forma muy diferente. Por un lado, lo espiritual—asociado al paganismo—tiene una visión primitiva y natural del sexo (la procreación, la unión de dos esencias, la consecución del objetivo natural y original de la raza humana). En esta categoría entrarían los rituales de fertilidad de las distintas civilizaciones que han poblado la Tierra a lo largo de la Historia. Después de todo hay que recordar que la producción de literatura erótica en tiempos de Grecia y Roma fue abundante, aunque casi siempre centrada en el tema amoroso.

La aparición de las principales religiones monoteístas, pero sobre todo la del cristianismo, instauraron una visión mucho más sucia y negativa de todo lo relacionado con el sexo. Si el objetivo no era la procreación—una vez habiendo recibido la bendición del dios en cuestión, por supuesto—, el acto se consideraba impuro y las consecuencias pasaban por castigos físicos y la condena eterna en el infierno. Así era, al menos, en la teoría.

Fotograma de Drácula de Bram Stoker de Francis Ford Coppola

Así empieza la asociación entre miedo y sexo. Lo sexual se relacionaba con mujeres de dudosa reputación, malvadas, manipuladoras y que solían reducirse a que un pobre hombre, incapaz de controlar sus impulsos, sucumbía ante la tentación ofrecida por una malvada mujer. Como ves, la parte femenina siempre se lleva la peor parte. Qué sorpresa. El cine es un arte muy joven, por lo que habría que remontarse a la literatura para observar que las grandes obras de terror que se han escrito conllevaban un alto contenido erótico oculto entre sus párrafos (y a veces no tan oculto) que siempre tenían algo en común: eran perpetrados por la fuerza maligna, por uno de sus secuaces o por un personaje que caía en la tentación, lo cual tenía consecuencias terribles.

Y esto nos lleva inequívocamente hacia ellos: los vampiros. Estos seres no-muertos encarnan los vicios más odiosos y reprochables de la raza humana y, por supuesto, el mito delata de dónde procede su creación. Los vampiros, pero sobre todo las vampiresas, representan el deseo sexual como algo antinatural, profano y que conlleva irremediablemente un castigo divino. ¿No te suena a una historia de un señor y una señora desnudos en un jardín debajo de un manzano?

Siguiendo la misma ruta, nos encontramos con otra representación literaria de las horribles consecuencias de sucumbir ante el deseo: Satanás. De este tema en particular hablaré en futuros artículo mucho más en profundidad (por cuestiones de la vida he estudiado la figura de Satán, pero no, no pertenezco a ninguna secta. Soy atea, sorry). El Diablo y todos sus acólitos del infierno tienen como objetivo apoderarse de nuestras almas y condenarnos al sufrimiento eterno y harán lo que sea necesario para conseguirlo. Al ser nosotros unas criaturas de voluntad débil, ¿qué mejor forma que provocarnos a través de la sexualidad?

El sexo en la literatura de terror

Habría mucho que contar aquí, pero me voy a centrar en la época dorada del género, o lo que es lo mismo, el terror gótico. En esta corriente, había una oposición clara entre el héroe sentimental (que simboliza el amor romántico) y el villano feroz (que representa el deseo). El miedo, personificado en el segundo, se une simbólicamente al sentimiento de culpabilidad y, por lo tanto, el sexo se asocia a una manifestación más del Mal (y viene acompañado a menudo por violencia).

En las novelas góticas, la mujer es una figura imprescindible, embutida siempre en el papel de una víctima a la que se le presenta la opción de destapar aquello que ha reprimido. El sexo como algo prohibido y la culpabilidad van de la mano. Y aquí aparece nuestro amigo Freud.

Según el famoso padre del psicoanálisis, el inconsciente es la puerta hacia el infierno, un maremágnum de impulsos reprimidos, carencias y deseos, en su mayor parte de índole sexual y naturaleza destructiva. ¿Te va sonando ya este planteamiento? Así, la literatura se transforma en la herramienta—una de ellas—para expresar todo esto, una vía de escape para dar rienda suelta a toda esa represión. La figura de Freud es polémica, pero no por eso menos interesante.

En España, la poesía del romanticismo, que convivió con la narrativa gótica del siglo XVIII, ya ocultaba en su lenguaje retazos de sensualidad. Bécquer, en sus rimas y leyendas, nos equiparó el deseo erótico al éxtasis de la creación poética, y también nos describió con una visión dual a la figura femenina que era a veces la encarnación del Mal cuya belleza suponía la perdición de los hombres (¿recuerdas lo de la falta de control de los impulsos masculinos?) y a su vez una mujer angelical.

Entre la leve gasa
que levanta el palpitante seno
una flor se mecía
en compasado y dulce movimiento

¡Oh! ¿Quién así -pensaba-
dejar pudiera deslizarse el tiempo?
¡Oh, si las flores duermen,
qué dulcísimo sueño!

Las relaciones sexuales aparecen en la literatura de terror fundamentalmente con dos objetivos: advertirnos de quién es malvado o delatar a quien es corrompible. La novela de Drácula es un ejemplo muy didáctico sobre la relación entre terror y sexo, que ha viajado hasta nuestros días con muy poca evolución. Y para muestra un botón: la saga Crepúsculo de Stephenie Meyer y Entrevista con el vampiro de Anne Rice son dos obras escritas en décadas distintas y que tratan el mito vampírico de formas muy diferentes y que, sin embargo, comparten la demonización del sexo. Se llegan a trasgredir las reglas del vampirismo en cuanto a la exposición de su piel al sol, pero se deja intacta la visión del sexo como algo prohibido e impuro.

¿Y por qué asociar un sentimiento tan negativo como el terror a algo tan natural como el sexo? Pues fundamentalmente por dos razones: poder y atracción. El sexo, tal y como se ha tratado en la mayoría de las historias contadas por la humanidad, incluida la religión, conlleva cierto grado de posesión de una persona sobre otra (esto no es mi visión personal del acto sexual, sino una antropológica en la que influye la cultura patriarcal, por supuesto). Y poseer como ya comenté aquí, supone ejercer poder sobre algo o alguien. La atracción, por su parte, supone que existe algo, una fuerza magnética inexplicable, que nos llama y a la que nos cuesta ignorar. Apela a nuestros institnos más primarios, como son el de saciar el hambre y la sed. Con esta combinación, el sexo se convierte en el arma perfecta para cualquier ente malvado, ¿no crees?

El sexo en el cine de terror

En el cine, además de repetir los patrones ya diseñados en la literatura, se crea un código propio que nos lleva un paso más allá. El sexo ya no solo nos presenta las debilidades de los personajes y en qué bando se sitúan, sino que se establece como criterio para decidir quién vive y quién muere. Aquí los slasher tienen sagas de experiencia.

Scream, de Wes Craven

Adolescentes en plena efervescencia hormonal que acaban acuchillados justo después de montárselo en el coche, chicas que deciden tomar una ducha en mitad de una masacre, huídas bajo la lluvia con ropa sospechosamente ligera… Hay todo un lenguaje cinematográfico del género de terror dedicado a asociar la sensualidad con el miedo. El cine de terror para adolescentes son prácticamente películas eróticas con algunos sustos entre medias.

Luego están los subgéneros dedicados a lo sobrenatural. Brujas que se inician en las artes oscuras a través de una gran orgía, demonios que poseen a sus víctimas para arrebatarles la inocencia que pudiera quedar en sus almas o el uso de la sensualidad de la protagonista (porque en su mayoría suele ser una mujer) para justificar todo lo que va a sufrir en la historia (una especie de «te lo mereces por fresca»). Mención aparte merece el cine gore o el llamado pornhorror, porque las connotaciones sexuales son evidentes y obedecen básicamente a la asociación de la que hablaba al principio: sexo = malo/gente mala.

Algunas recomendaciones

Si te interesa ahondar un poco más en el uso del sexo como elemento de terror, te dejo aquí una lista de libros y películas muy didácticas sobre el tema:

Libros

Miedo y deseo. Historia cultural de Drácula, Alejandro Lillo.

Carrie, Stephen King.

Un cuento oscuro, Naomi Novik.

Carmilla, Sheridan Le Fanu.

Películas

La bruja (2015, Robert Eggers)

It follows (2014, David Robert Mitchell)

La cabaña en el bosque (2011, Drews Goddard)

El juego de Gerald (2017, Mike Flanagan)

The love witch (2016, Anna Biller)

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Escritora y guionista de terror, misterio y suspense. Fanática de Drácula, la brujería y todos los tipos de té existentes. También imparto distintos talleres y charlas sobre escritura y cine.

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