Escribir terror

Elementos de terror III: La infancia y las figuras infantiles

No hay historia de terror sin niño que dé un poco de grima. De hecho, la pedofobia (el miedo irracional a los niños y a los bebés) existe; es una patología real que llega a causar ansiedad, vómitos y mareos a las personas que lo padecen. Pero este es un caso extremo que sobrepasa las historias de ficción, así que por ahora nos centraremos en el recurso de lo infantil (niño/niña, canciones, juegos) para causar miedo.

El niño como elemento de terror

La infancia se nos presenta como una etapa idealizada (quizás la que más) de la vida, el momento en el que supuestamente debemos ser más felices, en el que conservamos un espíritu puro e inocente, y una conciencia limpia. Los niños son seres necesitados de protección, amor y atención. Sin embargo, a lo largo de la historia de la literatura y el cine, hemos aprendido que no siempre es así.

Es precisamente ese halo de inocencia el que convierte a la figura del niño en uno de los mejores conductores del miedo. ¿Quién esperaría que un dulce niño pequeño cometiera un acto atroz? Pero en esa trampa donde radica el misterio porque no hay nada más peligroso que la falta de empatía, y si presuponemos que los niños no son capaces de distinguir el bien y el mal hasta que no se les enseña, nos encontramos con uno de los mejores recursos para asustar.

El ejemplo que mejor ilustra esta apreciación es la obra maestra de Narciso Ibáñez Serrador Quién puede matar a un niño. En este filme, se nos narra la historia de una pareja extranjera que decide pasar las vacaciones en una isla perdida en España. Lo curioso es que, al llegar, en la isla solo parece haber niños. Los adultos han desaparecido y los pocos que quedan están muertos. La crueldad explícita que los niños llegan a exhibir (voy a intentar no hacer spoilers) es aterradora, sin necesidad de echar mano de la oscuridad de la noche para ponerle a una los pelos de punta, pues todo ocurre bajo un sol de justicia.

Por otro lado, cabe mencionar la distinción en la representación que se hace de niños y niñas. Aunque esa presunción de inocencia los dota a ambos del beneficio de la duda y de la compasión automática, los niños varones suelen encarnar por norma algún ente maligno simulando un yo futuro en el podrían llegar a convertirse, una especie de aviso de lo que la corrupción de la edad adulta causa en la pureza de lo que un día todos fuimos. Tal es el caso de Damian en La profecía (Richard Donner, 1976), Brandon en Brightburn (David Yarovesky, 2019) o Miles en The prodigy (Nicholas McCarthy, 2019). Por alguna razón, lo masculino acaba asociándose con la psicopatía mientras que en el caso de las niñas la pérdida de la inocencia parece tener que dolernos un poco más y a menudo viene acompañada de algún incidente o pasaje de índole sexual.

No es casualidad que en la cinta ya mencionada de Ibáñez Serrador sea una de las niñas la que frote la panza embarazada de la protagonista (con el resultado final que no voy a revelarte). Al igual que tampoco lo es que el demonio de Expediente 39 haya decidido pertenecer al sexo femenino. Y todo esto se lo debemos a esa gran película de terror que fue Poltergeist. Caroline es uno de los personajes infantiles de terror más recordados, repetidos y parodiados de la historia del cine, y tiene sentido. Fue una de las primeras veces en las que el cine comercial mainstream nos mostró el miedo que podía dar una pequeña niña rubia inocente e indefensa (porque esa es otra, el Mal está lleno de niñas rubias). La razón es sencilla y proviene del imaginario colectivo que conservamos de unas criaturitas aladas: los ángeles.

Querubín del cementerio de San Isidro (Madrid)

La asociación niño/ángel es tan antigua como la propia religión. ¿Cómo podría hacernos daño una criatura tan pequeñita creada por el mismo Dios, con esa carita y esos ojitos? Esa es la segunda parte de la historia; el único ángel que desafió a su dios y se transformó en la criatura de las tinieblas y el mal fue (redoble de tambores) Satán. ¿Has probado a fijarte de cerca a las estatuas y representaciones de ángeles en el arte? Tienen ese halo de pureza e inocencia desde lejos, pero si te fijas un poco mejor, la expresión de sus caras hiela la sangre. Una especie de aviso sobre lo que ocultan las apariencias. Por cierto, la mayoría de las películas en torno a temas satánicos recurren a un niño de una u otra forma para representar esta corrupción de lo puro.

Canciones y juegos infantiles

Además de la propia figura del niño, existen otros recursos asociados a la infancia que nos dan pesadillas y que los creadores de historias han usado con maestría a lo largo de los siglos. En primer lugar (y mi favorito) están las canciones y las rimas. ¿No te preguntas por qué nos da pavor una canción hecha para entretener a los niños? Puede que las melodías escogidas tengan parte de culpa, pero la clave se encuentra en las letras.

Las nanas infantiles surgieron para calmar el llanto de los bebés y más adelante para que aprendieran sus primeras palabras. Sin embargo, en la tradición hispánica estas canciones de cuna tienen un historial bastante siniestro. Fíjate en esta nana de Federico García Lorca:

Duérmete, niñito mío,       
que tu madre no está en casa;
que se la llevó la Virgen
de compañera a su casa.

Como has podido comprobar, la nana de inocente no tiene nada. Y es cuanto menos curioso que la mayoría de estas canciones de arrullo sean cantadas por madres (o cualquier otra figura femenina) y que cuando aparece un varón sea para dar constancia de que se ha marchado. (Ya hablaré de la figura materna en futuros posts). Ahí es donde aparecen los elementos que hacen de una nana una melodía terrorífica. A menudo los recursos para obligar al niño a dormirse son sobrenaturales: el coco que vendrá a llevárselo, los ángeles que lo vigilan, los santos de todo tipo, los animales que se los comerán; combinados con lenguaje infantil y diminutivos (ojitos, carita, cunita). La psicología y la pediatría ya confirman la capacidad de los bebés de asimilar sonidos y reaccionar a las inflexiones de la voz. La nana resulta, pues, como uno de los conjuros más poderosos.

De ahí que muy pocas obras de terror no se hayan rendido al poder de una buena canción infantil, ya sea de cuna o de juegos. La propia banda sonora de Quién puede matar a un niño es una canción de cuna espeluznante con la que soñarás unos cuantos días tras ver la película. Otra de mis favoritas es la canción que aparece en la serie Marianne.

Fíjemonos ahora en los juegos, otro de los recursos eficaces utilizados para asustar. De nuevo, aprovechando ese regreso a la infancia como época de luz, paz y amor, pero también el momento de más indefensión y ternura del alma humana, la ficción toma algo positivo para retorcerlo. Los juegos son diversión, espontaneidad, libertad y expresión. Es esa dicotomía juego/diversión o juego/entretenimiento lo que dota a este elemento de un aspecto más siniestro en cuanto lo utilizamos para hacer el mal.

Vuelvo al ejemplo de Ibáñez Serrador (porque lo tiene todo) y a esa escena del primer punto de giro de la obra en la que Tom, el hombre de la pareja, encuentra a los niños jugando a la piñata y no es un muñeco de cartón lo que están golpeando precisamente. En ese instante, el juego se transforma en algo macabro y la diversión se torna oscura y terrorífica.

Fotograma «Ready or not» (Noche de bodas)

Los juegos son utilizados para representar la crueldad del ser inocente y tierno convertido en algo maligno, desprovisto de empatía (lo que divierte ya no debería causar esa emoción, hay un trastorno de la humanidad del personaje) o directamente para dotar de crueldad a la experiencia, tal y como sucede con algunos asesinos en serie en Saw o en la divertida Ready or not, han usado este recurso para darle una vuelta de tuerca todavía más perversa.

Recomendaciones

Si quieres ahondar en el uso de lo infantil en el género de terror, te dejo esta lista con libros y películas que lo ilustran con excelentes resultados (además de los ya mencionados anteriormente).

Libros

Siempre hemos vivido en el castillo, Shirley Jackson.

Coraline, Neil Gaiman.

Déjame entrar, John Ajvide Lindqvist.

Películas

Sinister, (Scott Derrickson, 2012)

El resplandor, (Stanely Kubrik, 1980)

El pueblo de los malditos, (John Carpenter, 1995)

La huérfana, (Jaume Collet Serra, 2009)

Los chicos del maíz, (Fritz Kiersch, 1984)

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Escritora y guionista de terror, misterio y suspense. Fanática de Drácula, la brujería y todos los tipos de té existentes. También imparto distintos talleres y charlas sobre escritura y cine.

4 Comentarios

  • David Cascant

    ¡Muy interesante el artículo!
    No he visto el remake de «El pueblo de los malditos», pero la original de 1960 era bastante inquietante.
    Relacionado con niños, una escena que traumatizó a toda una generación es la del niño vampiro, en la ventana, en la adaptación de «El misterio de Salem’s Lot» que hizo Tobe Hooper para televisión.
    Y una de las cancioncillas infantiles que más alarma provocan, en una de sus variantes, era:
    «Uno, dos, ya viene a por ti
    Tres, cuatro, cierra bien la puerta
    Cinco, seis, toma el crucifijo
    Siete, ocho, no duermas aún
    Nueve, diez, nunca dormirás»

    Por cierto, hace poco vi en Netflix una serie sobre un apocalípsis zombi -bueno, eran infectados-, que se llama Black Summer, en ella uno de los primeros episodios tiene un momento niños, adolescentes, bastante espeluznante. ¿La conoces?

    • V. Cervilla

      Hola David!

      Perdón por contestar tan tarde, pero no vi tu comentario. Las canciones infantiles dan mucha grima. Es un buen recurso para ponernos los pelos de punta jeje No he visto la serie que comentas, pero si me la vendes así, le echaré un vistazo.

      ¡Gracias por leerme!

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