Cómo crear tensión en terror. Parte 2
Continuando con el post anterior, en el que me centraba en algunos recursos para crear tensión en historias de terror dirigidas a un formato literario, retomo el tema para esta vez enfocarlo hacia una obra audiovisual. Es importante que te pases por la primera parte de este artículo, si no lo has hecho ya, para tener clara la diferencia entre sorpresa y suspense.
Como es obvio, en cine contamos con una serie de herramientas distintas (de las que también hablé en el post que precede a este) y que vas a tener que dominar para poder jugar con la percepción del espectador y manipularlo (sí, eso es lo que hacemos los guionistas, aunque siempre debe ser desde la honestidad). Si bien, hay algunos recursos de la literatura que también se aplican, como son la empatía con el personaje principal e ir dejando cabos sueltos que el espectador vaya atando a medida que avanza la trama.
El espacio narrativo
En literatura la atmósfera es esencial, pero la forma de transmitirlo siempre va asociada al lenguaje. En el cine de terror, la tensión puede palparse con tan solo una imagen y aquí juega un papel fundamental el entorno. Hay que tener en cuenta dónde vamos a situar la acción y qué aporta eso a la experiencia narrativa. Vamos a verlo mejor con un ejemplo:
Midsommar (Ari Aster, 2019) es un magnífico ejemplo de cómo utilizar el espacio narrativo para no solo crear tensión en el espectador sino también un mal rollo considerable. Se vale de un escenario a plena luz del día en el que nada aparece sombrío y oscuro como acostumbran este género, y sitúa la acción principal a cielo abierto. Aunque hay algunas escenas en interiores, la práctica totalidad del filme sucede en el exterior, en una pradera llana, sin árboles. Es precisamente esta excesiva apertura y claridad lo que nos hace sospechar que algo va terriblemente mal.
Otra película que supo aprovechar el espacio, aunque a la inversa, fue la primera entrega de la saga Saw (James Wan, 2004). Nos presenta la acción en un baño mugriento y destrozado, que ya nos causa rechazo, pero además es claustrofóbico porque nuestros protagonistas están encadenados sin poder salir. El espacio se convierte aquí en la única pista que tiene el personaje (y el espectador) para averiguar qué está ocurriendo.
El sonido (música y silencios)
Este es, sin duda, uno de los recursos que supone una gran diferencia con la literatura, pero no solo en lo que se refiere a los diálogos o expresividad de los actores (gritos, gruñidos, etc), sino también en cuanto a la música. Es cierto que el guionista no toma la decisión de dónde colocar la música, pero sí que puede establecer en la historia los momentos más idóneos para un falso jumpscare (escalada de tensión – calma – susto) y, sobre todo, cuándo habrá un silencio.
Los silencios son esos grandes subestimados; parece que siempre tenemos que estar escuchando algo, pero no creo que haya algo que nos ponga más nerviosos que no saber qué va a suceder y que nuestro alrededor permanezca en completo silencio. Una respiración, el crujido del suelo, el chirrido de una puerta, un grito, unas pisadas, la ausencia de ruido; todo esto son herramientas para construir una escalada de tensión. ¿No me crees? Mira esta escena de En un lugar tranquilo (John Krasinski, 2018).
Lo que no se ve
Ya sabemos lo de «una imagen vale más que mil palabras». La cuestión es: ¿qué imagen impacta más? A veces revelar el pastel de forma explícita puede ser contraproducente en cine y la sutileza, sin embargo, la mejor arma para tener al espectador en el filo del asiento. Para trabajar el terror desde una perspectiva sutil, escribí este artículo: cómo asustar sin derramar una gota de sangre.
Y para finalizar te dejo con una de mis escenas de tensión favoritas de la historia del cine: el baile del instituto de Carrie (Brian de Palma, 1976). Ten en cuenta que la tensión ya se va tejiendo poco a poco desde la primera escena, pero este fragmento contiene en sí mismo una estructura perfecta.
Tienes la anticipación (se intercalan planos de Tommy y otros asistentes sonrientes con otros en los que Sue descubre la trampa preparada para Carrie); la algarabía de la fiesta está en un segundo plano mientras que la música nos van conduciendo hacia un ritmo vertiginoso; ya se ha establecido nuestra empatía con Carrie, nos sentimos traicionados al mismo tiempo que ella y hasta podemos experimentar la humillación de la que será objeto; y por último llega el clímax donde la tensión alcanza su punto más álgido: el cubo de sangre cae sobre la inocente y dulce protagonista. Ya sabemos que a partir de aquí se desatará el caos.
Estos son solo algunos ejemplos. Podríamos incluir las cuentas atrás, que siempre aumentan la tensión—Ready or not (Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, 2019)—o la creación de confusión, ya sea por líneas temporales fragmentadas o realidades contadas a medias. Si quieres ser un maestro de la tensión dramática, lo mejor es analizar qué elementos te provocan esta sensación a ti y ver cómo los utiliza el autor.
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